
Desde el Proceso de Comunidades Negras en Colombia – PCN, respaldamos de manera firme y decidida las acciones emprendidas por los pueblos del Sahel, particularmente en Malí, Burkina Faso y Níger, quienes han optado por avanzar hacia una nueva etapa de soberanía y autodeterminación, rompiendo con siglos de dominación colonial y dependencia extranjera. Esta decisión histórica, materializada en la creación de la Alianza de Estados del Sahel (AES), constituye un acto de dignidad y resistencia frente a las estructuras de poder que han negado por décadas los derechos y aspiraciones de los pueblos africanos. Reconocemos como legítimos estos esfuerzos de articulación regional y construcción colectiva de nuevos modelos de cooperación, que nacen desde las raíces mismas de las comunidades para responder a sus propias realidades, intereses y visiones de futuro.
En coherencia con nuestro principio rector de Solidaridad, expresamos también una profunda preocupación por la grave situación humanitaria, económica y de seguridad que atraviesan nuestras hermanas y hermanos del Sahel. Sabemos que los procesos de transformación no ocurren sin resistencia, especialmente cuando lo que está en juego es el control de los recursos naturales, los territorios y la soberanía de los pueblos. La decisión de los Estados del Sahel de expulsar fuerzas militares extranjeras como las de Francia, así como de reducir de manera significativa la presencia de la Unión Europea, representa una ruptura con décadas de intervención neocolonial que, lejos de mejorar las condiciones de vida de los pueblos africanos, perpetuaron el saqueo, la dependencia y el abandono.
En los últimos años, esta región ha experimentado una profunda reconfiguración política, económica y social. Las decisiones de los pueblos del Sahel no deben interpretarse como simples actos de rebeldía, sino como expresiones legítimas de soberanía, nacidas de un largo acumulado de luchas sociales y procesos de resistencia comunitaria. La conformación de la AES es una apuesta concreta por una integración basada en los intereses de los pueblos africanos, que busca romper con la subordinación a organismos e instituciones internacionales que históricamente han servido a intereses ajenos al bienestar de los pueblos
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Sin embargo, esta valiente transición ocurre en medio de una compleja y profunda crisis. La violencia yihadista, lejos de disminuir, se ha intensificado, lo cual se traduce en un agravamiento de la situación humanitaria para millones de personas. Esta violencia se ve exacerbada por los intentos de Francia y otras potencias por desestabilizar la alianza de los Estados del Sahel y recuperar el control sobre territorios estratégicos y recursos naturales vitales, como el oro, el uranio, el petróleo y otros minerales. Estos intereses externos, motivados por fines geopolíticos y económicos, contribuyen al desangre de los pueblos africanos y al empeoramiento de las condiciones de vida de quienes habitan y defienden esos territorios.
Millones de personas, en su gran mayoría pueblos negros y empobrecidos, resisten en condiciones sumamente adversas. Enfrentan desplazamientos forzados, hambre, falta de acceso a servicios básicos, abandono estatal, represión y violencia constante. Esta situación, lejos de ser un fenómeno aislado, forma parte de una estructura global de opresión racial, económica y política que también se expresa en otras regiones del mundo, incluyendo América Latina y el Caribe.
A medida que unas potencias se retiran, otras ingresan con nuevas formas de intervención. Actores como Rusia y China han comenzado a establecer presencia en la región, muchas veces bajo discursos de cooperación y ayuda, pero que también responden a intereses estratégicos y económicos que pueden poner en riesgo la autodeterminación real de los pueblos africanos. Nos preocupa que estos nuevos vínculos repitan lógicas de dependencia y explotación, aunque cambien los actores involucrados.
Desde nuestros pueblos negros en Colombia, no observamos estos acontecimientos como algo lejano o ajeno. Por el contrario, reconocemos en las luchas del Sahel una resonancia directa con nuestras propias resistencias históricas como pueblo negro. Al igual que en África, nuestros pueblos enfrentan el despojo territorial, el racismo estructural, la militarización de nuestros espacios, y un modelo de desarrollo basado en el extractivismo, que privilegia el capital por encima de la vida.
Por ello, nuestra solidaridad no es simbólica, no es una postura vacía. Es un acto político, ético y ancestral que se enraíza en nuestra memoria compartida, en nuestras raíces africanas comunes, en nuestras luchas por la libertad, por la dignidad y por el derecho a existir en nuestros propios términos. Es una expresión del panafricanismo vivo, que nos conecta más allá de las fronteras geográficas, en una historia común de resistencia y construcción de vida digna.
Rechazamos tajantemente cualquier forma de colonialismo, ya sea antiguo o nuevo, militar o económico, visible o encubierto. Nos oponemos a todas las intervenciones externas que, disfrazadas de cooperación, perpetúan la lógica del dominio y opresión. Y al mismo tiempo, reafirmamos nuestro compromiso inquebrantable con la construcción de un movimiento global negro, que se levante desde nuestras raíces para defender la vida, los territorios y la soberanía de nuestros pueblos.
Hoy, más que nunca, hacemos un llamado a las organizaciones, movimientos y pueblos negros del mundo a profundizar los lazos de solidaridad, de articulación y de acción conjunta. Solo así podremos enfrentar los desafíos que compartimos, desmontar las estructuras de opresión global, y construir un futuro basado en la justicia, la equidad y la autodeterminación de los pueblos negros en todas partes del mundo.
COMUNICADO-SAHEL-29
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