Efraín Jaramillo Jaramillo
Colectivo de Trabajo jenzera
“…es posible que perdamos todo lo que tenemos,
si nos quedamos como estamos
y no hacemos nada más para avanzar.
O sea que llegó la hora de arriesgarse otra vez
y dar un paso peligroso pero vale la pena.
Porque tal vez unidos con otros sectores sociales
que tienen las mismas carencias que nosotros,
será posible conseguir lo que necesitamos y merecemos”
EZLN
Un tal “Solidaridad con Belalcazar” (ya aclaró la ACIN que es un seudónimo utilizado por cinco estudiantes de ciencia política de la universidad nacional) puso a circular un escrito, que le viene dando la vuelta al mundo. Yo lo conocí por un amigo alemán, muy cercano a las luchas de los pueblos indígenas, campesinos y negros de Colombia, que me escribe indignado por la estrategia de la ultraderecha española, el uribismo y el extraditado paramilitar alias “Don Berna” para alzarse con la Alianza Social Indígena con el fin de apoyar la candidatura a la presidencia de Sergio Fajardo. Para lograr este propósito, esta trinidad derechista se valdría de cipayos criollos de la regional de la Alianza Social Indígena de Antioquia, que habían asaltado a la ASI nacional, tomándose su dirección. Una vez en el poder y para favorecer la aspiración presidencial de Sergio Fajardo, le habrían cambiado el nombre (el artículo habla de “epíteto”) a la ASI, que de Indígena pasaba a ser Independiente. Nuestro común amigo de indígenas, campesinos y negros termina su carta expresando su malestar por el giro que habían dado los que él consideraba sus mejores amigos. Para los que no conocen la carta transcribimos textualmente tres párrafos, que enuncian lo que originó el malestar a nuestro amigo europeo. El objetivo de este artículo es tratar de mostrarle a él y a otro sinnúmero de amigos que seguramente se encuentran también indignados, lo falaz de este artículo. Primero los párrafos:
“La incidencia de Sergio Fajardo como Ex alcalde de Medellín en la última convención Nacional de la ASI generó un CISMA al interior del Movimiento en razón de la imposición del Fajardismo liderados por expresiones de la Regional Antioquia al cambiar el epíteto de INDÍGENA por INDEPENDIENTE, y ello coincide con las directrices de una fuerte corriente de Ultraderecha desde Europa liderada por el Ex – presidente AZNAR, a través de la Fundación para la realidad y los estudios sociales FAES quienes han concluido, explicado e impulsado lo incómodo, lo peligroso y el problema que genera el crecimiento del indigenismo para el desarrollo de América Latina”.
“Lo cierto de todo el CISMA ocurrido al interior del Movimiento Indígena es que por decisión de las Mayorías Modelo URIBE, la Alianza Social Indígena como tal ya no existe, “Murió en el escenario de la Política” por que estas mayorías consideraron estar cansados de los debates, el fundamento, la ideología y la razón de ser de los sueños y las proyecciones de los pueblos indígenas quienes a través de sus organizaciones y mediante llamados respetuoso a toda la sociedad colombiana lograron que muchos colombianos construyeran un Movimiento que a la fecha alcanzó importantes espacios en la vida política Nacional, inclusive se podía afirmar que cuantitativa e históricamente le guardaba cierta ventaja al Polo Democrático Alternativo”.
“Detrás de estos hechos existen serios indicios de parte de la dirigencia Regional de Antioquia en tratar de esconder el contenido real del debate de la Parapolítica, que compromete a la anterior ASI con la Alcaldía de Medellín y ello no es un comentario sino que tiene su fundamento en la Carta suscrita desde un Centro carcelario de los Estados Unidos de un importante Jefe Paramilitar extraditado como lo es DON BERNA, donde afirma su irrestricto apoyo al actual alcalde de Medellín, asunto este que es de mal gusto y pone de mal genio al candidato presidencial Fajardo”.
El artículo no ofrece ningún análisis. Es miserablemente interpretativo y ante todo, fantástico, por sus juicios francamente alucinantes. Hace afirmaciones que son verdaderos disparates, disimulados por el soporte retórico en que están envueltos. No aprobarían estos estudiantes el primer semestre, ni de ciencia política ni de periodismo, pues no estudiaron suficientes fuentes, ni recurrieron a una mínima investigación histórica. Viven, juzgan y creen en castillos de componendas, maquinaciones, manipulaciones, pues ese es el país que nos tocó en suerte, y como así funcionan las cosas desde Uribe para abajo, para que la “seguridad burocrática” pueda sostenerse en el poder, ¿porque en la ASI no podría suceder lo mismo? ¿Podrían algunos líderes sostenerse sin la argamasa protectora de embustes e intrigas?
Para empezar, por ejemplo, todo Medellín sabe (gremios, universidades, sindicatos, iglesia, intelectuales, ONG) que el embuste de que la campaña de Alonso Salazar a la alcaldía de Medellín había recibido apoyo de Don Berna, salió de las toldas de Luis Pérez. Ante todo se sabe que aquellas comunas de Medellín controladas o influenciadas por paramilitares no votaron por Alonso, como si lo hicieron por Luis Pérez. Todo el mundo sabe, menos el concejal “NO”, que se hace el pendejo, que Alonso es el alcalde que más ha combatido la criminalidad en Medellín, por lo cual es catalogado como el funcionario público con más riesgo de seguridad personal que tiene Antioquia. Todo el mundo sabe y por eso todas las organizaciones de la sociedad civil, la Asamblea de Antioquia y el Concejo de Medellín (menos el doctor “NO”) le dieron su total respaldo, cuando Don Berna sacó a relucir su flamante carta manifestando el apoyo a Alonso. Naturalmente era un favor que le prestaba a Luis Pérez, pues cuando fue alcalde de Medellín jamás se interesó por el bienestar de las comunas. Miró para otro lado permitiendo que Don Berna construyera su emporio criminal. Posibilitó que tanto paramilitares como guerrilleros vapulearan a su amaño a las comunas. De todas formas eran “guaridas” de pobres y marginados. Allí no habría balas ni puñaladas perdidas. Al fin y al cabo los muertos eran gente de poca monta. Ningún costo para el sistema: ¡todo bien, todo bien! ¿Qué sentido tiene sacar a la luz pública, un año después de los debates que se dieron en Medellín, ese “refrito” de la carta de Don Berna?
Todo el mundo sabe que Medellín comenzó a cambiar con la Alcaldía de Sergio Fajardo. Con esa administración no sólo Medellín dejó de ser “metrallo”, como despectivamente la llamaban desde afuera, para volver a ser la “medallo” del alma” de los paisas. Parece que estos estudiantes que escribieron la carta no fueran del país, para no darse cuenta de los cambios de la ciudad con una administración decente. Pareciera que hubieran vivido en Estados Unidos (tal vez Canada?), desde donde se ven las cosas blanco y negro y que si por ellos fuera, hubieran mandado a bombardear a Medellín. Hoy Medellín es una ciudad con identidad y “muy querida”, al decir de mi abuela. Lejos quedaron los días en que uno no podía irse a echar unos tragos con los amigos oyendo tangos en algún buen metedero y no matadero como antes. Eso se realizó con una administración. Bogotá lleva cinco administraciones decentes y apenas está saliendo del embrollo. ¿Qué sentido tiene vincular a Sergio Fajardo (“fajardismo” dice el artículo, ¿“falangismo” querían dar a entender?) con la ultraderecha española de Aznar?
Estamos volviendo a los años sesenta y setenta del siglo pasado, donde en la izquierda “todo valía” si se trataba de desacreditar al adversario, que aunque también se considerara de izquierda, no poseía la verdad. Carlos Gaviria, con muchos metros de ventaj
a, el más decente de nuestras izquierdas, nos recordaba recientemente en la presentación del libro “Liquidando el pasado” de Klaus Meschkat y José María Rojas, que uno de los textos que más había influenciado negativamente a la izquierda había sido “El pensamiento político de la derecha” de Simone de Beauvoir. La primera frase de este texto se le había clavado en la mente: “La verdad es una, el error es múltiple. No es casual que la derecha profese el pluralismo”.
Nadie se imaginaría esto de Simone de Beauvoir, la flamante esposa de Jean Paul Sartre, el principal mentor de los soixante-huitard , cuya característica principal no es haber sido marxista, existencialista u otros -istas que se le asignan, sino el de haber sido uno de los más efervescentes críticos de la ortodoxia marxista, del pensamiento homogéneo, de las verdades únicas y por lo tanto respetuoso de la pluralidad dentro de la izquierda. Esto tuvo enormes consecuencias para muchos movimientos sociales de Latinoamérica, en especial para el movimiento indígena caucano, pues una de las personas más influyentes del CRIC, fue un soixante-huitard, que bebió en las canteras de ese espíritu libertario, pluralista e imaginativo que se vivía en París. Esto sucedía en una época donde trabajar con los indios no era bien visto, pero ante todo era peligroso, cuando se inicia la lucha por la recuperación de las tierras de los resguardos. Era una época, donde el disentimiento ideológico, aún el apartarse tímidamente de algunas normas de comportamiento revolucionario era un signo de decadencia burguesa. De Pablo Tattay se decía que era una persona muy capaz, pero que tenía un defecto y era que se reía mucho y hacía muchos chistes, por lo cual se debía dudar de su seriedad en el trabajo. Si hay una de las características que aprecio de este país es la capacidad de la risa, aun en las situaciones más adversas. Desde entonces desconfío de los que no ríen y me “aburren” (no tiene nada que ver con su pensamiento y elocuencia) gente como Petro, Robledo, etc.
Cuando yo hice realidad mi deseo de conocer a los indígenas paeces y me aparecí en el Cauca por allá en el año 76, comencé a sugerir, siguiendo a José Carlos Mariátegui, uno de los pensadores marxistas más auténticos de Latinoamérica, que lo indígena era un componente decisivo para el Cauca y que era urgente que la izquierda se vinculara a las luchas indígenas , un amigo del MOIR, con el cual compartía vivienda y al cual le admiraba su capacidad (es cojo por demás) para empapelar en una noche a Popayán con afiches de su partido y estar al otro día fresco como una lechuga, cumpliendo con sus otras tareas revolucionarias, pues este amigo me soltó a boca de jarro que dejara de ser iluso, que la revolución socialista sería mundial o no sería y esto se estaba decidiendo en la frontera Chino-Soviética y no en Colombia y menos en el Cauca. Confieso que desde entonces, y después de haber leído dos editoriales de Pacho Mosquera en Tribuna Roja, me impacientan los compas del MOIR, de la misma forma que me impacienta la iglesia, después de estudiar interno en el colegio javeriano de Pasto y haberme mamado misa diaria todo el bachillerato, que capábamos de vez en cuando, jugando ajedrez (¡que no se entere el Padre Múnera!). Pero cuando planteamos en el departamento de Antropología que nos vinculáramos a las luchas indígenas, allí fue Troya: terminamos expulsados de la universidad. Esta vez fue Pablo el que me dijo que dejara de ser iluso. Le creí más a Pablo que a la universidad y a la izquierda.
Conversando con mi sobrina Marcela Velasco sobre los descarríos cognitivos de esta “facción” de estudiantes de ciencia política, me decía que la predisposición de los seres humanos a ser “gavilleros” y los efectos negativos de esta tendencia sobre las comunidades políticas ya ha sido ampliamente registrada y estudiada. James Madison quien junto con Thomas Jefferson es considerado uno de los “padres fundadores” de los Estados Unidos y es recordado como el “padre de su Constitución Política”, definía una facción como «una mayoría o minoría de ciudadanos unida en acciones motivadas por pasiones o intereses contrarios a los derechos de los demás ciudadanos o contrarios a los intereses permanentes de la comunidad». Madison, al igual que Jefferson, defendió a ultranza el derecho natural de los hombres “a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” lo que lógicamente permite la libertad de asociarse inclusive en facciones. Pero Madison era también un hombre pragmático y sabía que los hombres al perseguir sus intereses, entraban en competencia y a codazos eliminaban a sus competidores. Lo esencial era, concluía Madison, que esta competencia no se saliera de madre y afectara la institucionalidad, pues esto afectaría el futuro de la Nación. De allí la necesidad de los controles (“frenos y contrapesos”) para evitar que en aras de destruir al contrincante político se acabe con la república.
Estos políticos que eran filósofos nos instruyen de manera ingeniosa, que los hombres somos renuentes a abandonar la comodidad de nuestros dogmas y que inmunes a la realidad solo vemos lo que nos conviene. Protegidos por nuestras facciones estamos propensos a manipular los datos a fin de proteger nuestras ideas, aún corriendo el riesgo de terminar engañándonos a nosotros mismos. Nosotros, que aspiramos a recuperar el Estado de los falsos positivos, de las interceptaciones ilegales (“chuzadas”), de la “seguridad burocrática” y de las componendas con el paramilitarismo, debemos ante todo recuperar la decencia en las formas de hacer política. Y más en un partido, que como la ASI, surge de experiencias de trabajo y movilización de los más excluidos de Colombia. De no ser así, se estarían calcando las prácticas politiqueras que tanto daño nos han hecho y tanto hemos criticado. Se estaría combatiendo al diablo con Satanás.
Es cierto que no tenemos muchos motivos para estar satisfechos y orgullosos con las ejecutorias de la Alianza Social Indígena, ASI ni con las de otros partidos indígenas, Autoridades Indígenas de Colombia, AICO, por ejemplo. Esto es atribuible en gran parte a la incompetencia de sus representantes a los cuerpos colegiados. Pero ante todo por el rumbo que toman estos nuevos representantes de los pueblos indígenas, una vez elegidos. La mayoría de ellos son portadores de una cultura urbana ilustrada, adquirida en espacios citadinos, a veces en universidades. Es una dirigencia más discursiva, más modernizante y con una elocuencia de izquierda progresista, aunque, paradójicamente, muy interesada en carros blindados y a veces con más preocupación por las finanzas que por la política. Con actitudes excluyentes frente a aquellos colaboradores que puedan criticarlos, pero accesibles a los que los adulan. Definitivamente es el triunfo del intelectual y funcionario indígena sobre el chamán, diría un antropólogo. No estoy repitiendo la manida idea de que todo pasado fue mejor, ni que los colaboradores de antaño fueran más listos y capaces. Quiero decir que eran quizás más responsables con el futuro del movimiento y con las bases indígenas, tenían más perspicacia y ante todo escuchaban y respetaban a sus críticos. Hoy hay una abundante y calificada dirigencia indígena (antes un puñado de personas) y también un número cambiante de asesores, que se desechan o se reciclan, de acuerdo al volumen de los proyectos. Esto acentúa el recelo, que en muchas ocasiones se traduce en temor a compartir con otros, trabajos, ideas y proyectos. Para decirlo en palabras de otro amigo que también acostumbra analizar esas esferas del “comportamiento moderno” de las dirigencias de las organizaciones sociales, las cuales deberían “perder el miedo a enfrentar la tarea de construir una estabilidad en la inestabilidad, que implica el ejercicio mimético de los seres humanos de ‘danzar entre la similitud y la diferencia´ (Michael
Taussig).
Algunas personas (indígenas y no indígenas) que han tratado este tema manifiestan que estos modernos representantes, con excepción de Anatolio Quirá, el único por el cual no me arrepiento de haber hecho campaña, se han alejado ostensiblemente, en discurso, pensamiento, deseos y riqueza, de lo que realmente dicen, piensan, quieren y poseen sus pueblos. Con precaria comprensión sobre lo público de sus comunidades, pero alto sentido de sus propios intereses, estos representantes identifican intereses personales con intereses de las comunidades. Más de uno de estos representantes ha parado en la cárcel en el Vaupés y Vichada, y hay otros que están en remojo. Lo peor es que los magros resultados de esta participación, no se compadecen con los enormes esfuerzos que hacen las organizaciones por “colocarlos” en esos puestos. Un inconveniente para el desarrollo de una cultura política es que, como es usual, la gente la arremete contra el representante o el funcionario indigno y no contra las prácticas clientelistas que hicieron posible su nombramiento.
Pero hay una diferencia entre AICO y la ASI. Y esto es fundamental. AICO es un partido político indígena. La ASI no lo es. Y esto tiene también una historia.
Los indígenas del Cauca están muy orgullosos de su organización el CRIC. Y no podría ser de otra manera, pues transcurridas casi cuatro décadas desde que un grupo de indígenas, en su mayoría terrajeros de varias zonas indígenas del Cauca, decidieran el 24 de febrero de 1971, marchar juntos para iniciar una lucha por sus derechos, unas luchas que hoy se manifiestan como una de las más exitosas en Latinoamérica.
Estas luchas del CRIC son un emblema para el país, pues enseñan cómo, justo los más excluidos del poder, pueden construir democracia para todos y sentar las bases para una nueva institucionalidad que valore las diferencias, establezca la justicia y la igualdad, y derrote la crónica violencia institucional que atribula al país desde hace cinco siglos. Pero también que, por medio de sus procesos de formación e investigaciones históricas, han logrado, como ningún otro pueblo indígena de Colombia, revitalizar y dignificar las culturas indígenas y convertirlas en una de las herramientas más importantes y eficaces del cambio social y político.
Los valores irradiados desde el movimiento indígena caucano, también han contribuido en cambios de percepción sobre la naturaleza de las transformaciones sociales y culturales. Aunque con la escuela etnológica de mediados del siglo pasado, había emergido un discurso que reclamaba la importancia de las culturas indígenas y negras, señalando su participación en la historia de Colombia y sus aportes a la formación de una identidad nacional, es con el surgimiento del movimiento indígena del Cauca y su expansión hacia el resto del país, que empieza una renovación conceptual en relación a la Nación, que fructificaría dos décadas después con la expedición de la Constitución Política de Colombia de 1991, la cual reconoce la plural composición étnica y cultural de la Nación. Así fue que empezó nuestra criolla ‘ilustración’.
Un cambio de percepción importante es el que tiene que ver con las nociones de ciencia social y política, desarrollo económico y cultura. Hace 20 años, cuando en la “campaña de autodescubrimiento de nuestra América” planteábamos que los colombianos debíamos tomarnos en serio el discurso indígena y elevarlo a la categoría de auténtica filosofía crítica, nos tildaron en un diario capitalino de distinguidos moradores de un parque jurásico. Muchas cosas han cambiado desde entonces, y ya hoy no se acepta la validez de una sola vía en el desarrollo de las ciencias sociales y de las ciencias políticas y ha sido bastante debatida y cuestionada la idea de modelos universales de desarrollo económico y social. Y a la par que se reconoce la legitimidad y la importancia de la multiculturalidad, marcha también la idea de que en nuestra sociedad multiétnica y pluricultural, los sistemas sociales tienden, más que a obedecer leyes, a crear nuevas leyes. El valor de los conocimientos indígenas ha sido no solamente honrado, sino que de sus enseñanzas se ha beneficiado la sociedad colombiana. Los estudios que se vienen haciendo sobre esa lógica ‘detrás de la vida’ y el comportamiento y espiritualidad de estos pueblos, muestran otros sistemas de organización, producción, distribución, reproducción, otras formas de aplicar el conocimiento y maneras diferentes de entender el desarrollo de las sociedades. Una cosa importante en este cambio de percepción de la sociedad colombiana hacia la población indígena, no es únicamente que se reconozca que estos pueblos ostentan con legitimidad cosmovisiones, tradiciones y modos de vida diferentes, sino que se califiquen estas diferencias como de gran valor para toda la Nación.
Esta inclusión del mundo indígena en la vida del país fue ciertamente una ‘ampliación de humanidad’ que nos ha enriquecido a todos los colombianos.
Otro cambio que se dio, quizás el más importante, se produjo en la esfera de lo político. La lucha por la tierra iniciada por los más pobres y excluidos, como fueron los terrajeros, terminó convirtiéndose en una sólida organización que recuperó cerca de medio millón de hectáreas (casi la totalidad de las tierras de resguardo), derrotando de paso a una clase terrateniente que había estancado el desarrollo económico y social del departamento .
Esta brecha abierta por los indígenas del Cauca generó un ‘efecto de demostración’ hacia otros pueblos indígenas y otros sectores populares del Cauca y de Colombia, que comenzaron a ver con simpatía la estrategia de movilización y “cultura” política del CRIC. Por su parte los indígenas descubrían en campesinos mestizos y negros unos posibles aliados, pues también poseían un pensamiento telúrico y una identidad cultural que, aunque diferentes a las suyas, eran compatibles con un proyecto político común. Aún más, esta diversidad de visiones podría enriquecer más la propuesta política.
Pero si es cierto que la tenacidad con que el movimiento indígena caucano forzó logros asombrosos, inimaginables hace cuarenta años, también es cierto que los indígenas no tienen aún nada garantizado, y la mentalidad conquistadora y colonial con las que el Estado y la sociedad nacional asumen su relación con los pueblos indígenas, se resiste a dar los pasos necesarios para alcanzar consensos interculturales que posibiliten el desarrollo de una nueva institucionalidad, incluyente en lo étnico y cultural, y democrática en lo económico y político.
Y es aquí donde la Alianza Social Indígena como partido político entra a jugar un papel importante. No se trata de luchar solo por el reconocimiento de los derechos indígenas. En ese caso no habría diferencia con otros partidos o movimientos indígenas. La apuesta es mayor. Se trata de luchar por el derecho de todos los excluidos. Se trata de armar ese ‘rompecabezas’ de Nación donde todos, en igualdad de condiciones, podamos decidir sobre las formas de organizar el Estado, la economía y la sociedad. Y este es un planteamiento político que nos pertenece a todos. Si este sigue siendo el fundamento filosófico de la ASI, entonces ese partido es de todos los que los que creemos que ese otro mundo, con el cual hemos soñado todos, es posible. Estaríamos con ello honrando la memoria de todos aquellos (indios, mestizos, blancos y negros) que murieron creyendo en ello.
La cuestión central y por lo tanto el reto del momento para este partido sigue siendo el de continuar desarrollando las alianzas sociales en la perspectiva de avanzar en la difuminación de fronteras sociales, culturales y étnicas, para reducir las tensiones y polarizaciones entre los grupos y juntar, con base en principios democráticos, esfuerzos y voluntades, para construir ese proyecto social y político común. Ya no
se buscaría sólo “recuperar” la tierra. Se perseguiría también “recuperar” el Estado, usurpado por intereses elitistas de una lumpen-oligarquía enriquecida por el narcotráfico y el robo de los recursos nacionales y “recuperar” su soberanía, secuestrada por la apertura neoliberal.
Hacer el esfuerzo y ponerse en el lugar del otro, a ver las cosas desde su punto de vista, lo cual es justamente el objetivo central de la percepción intercultural, es una empresa política, que concierne a las instancias políticas de los indígenas, ante todo aquella que es la directa heredera de las luchas emprendidas hace 40 años en el Cauca. Para este propósito se fundó esta Alianza, solo que a mi juicio fue desafortunado darle el apellido de ‘indígena’, pues esto sugiere que es una alianza entre indígenas, cosa que es también un propósito político meritorio, dado el alto grado de dispersión de los indígenas en la actualidad. Pero el asunto es de mayor fuste, pues se trata de lograr cambios estructurales en el país que nos favorezcan a todos. No solo a los indígenas. Y esto también nos incumbe a todos. Pero además porque ya no podemos echar reversa en la historia y los indígenas ya no están solos en este mundo y deben contar con nosotros en la definición de las prioridades de lucha y las estrategias a seguir. Son muy meritorias las marchas indígenas. Son expresiones auténticas del espíritu de resistencia de un pueblo. En más de una ocasión he manifestado mi orgullo por pertenecer a un país que tiene la suerte de albergar esa calidad de gente, que no doblan la frente ante sus adversarios. De eso pueden dar fe Pedro de Añasco y Sebastián de Belalcázar. Pero también es cierto que frente a fuerzas económicas que actúan a nivel global, es bastante inerme la solidaridad comunitaria. Para salir adelante se necesita algo más que la Minga, símbolo histórico muy llamativo para entender la unidad, pero que por sí sólo no explica cómo construirla.
El apellido apropiado para esta Alianza, tal como la hemos imaginado y soñado es el de ‘intercultural’. Pero también es cierto que había cierta prevención a utilizar un término, que a los gestores de la Alianza les parecía poco político y de uso casi que exclusivo de intelectuales y antropólogos. En que ese término no debería ser utilizado (creo que ni siquiera llegaron a considerarlo) estaban de acuerdo gente de izquierda, de la iglesia, liberales y más de un colado de derecha, porque en eso también el movimiento indígena se parece a Colombia. Si en el discurso de la izquierda tradicional, de la iglesia y del capitalismo no encontramos, o vagamente percibimos, una referencia explícita a la cultura, como un componente orgánico de la reproducción social, es debido a la persistencia en estas tendencias del pensamiento, a subordinar lo cultural a lo político, a lo religioso o a lo económico.
En las prácticas del ‘socialismo real’, la esfera de la cultura fue colonizada por la política, truncándole su potencialidad creadora y su capacidad para pensar en tiempo futuro. En Occidente, en el mundo del ‘real capitalismo’, la cultura fue colonizada por la economía, descubriendo en ella un “valor de cambio” y convirtiéndola en una mercancía.
Nosotros consideramos que haber utilizado el término cultura en este contexto político, hubiera significado un comienzo de su descolonización. Una Alianza Social Intercultural hubiera sido una apuesta de gran calado, pues tiene mayor sustancia y contenido. Quizás ahora que comienzan a sonar las fanfarrias de la celebración del Bicentenario de la Independencia, se puedan abrir nuevos caminos, superar este atasco y pueda cobrar vigencia esta idea, pues urge de nuevo poner al día la agenda ideológica y política de la ASI.
Pero tampoco me parece afortunado el cambio de ‘indígena’ a ‘independiente’. La versión que tengo para que se diera este cambio es que lo de ‘independiente’ se referiría a cortar con la subordinación de la ASI a las prácticas clientelistas y a los intereses de los cuasi clanes políticos indígenas que se vendrían conformando tanto en el Cauca (Calderas y Coconuco), como en Córdoba y la Guajira, donde no hay fuerte votación de la ASI, pero si abultados intereses politiqueros. Estos intereses apelarían a una solidaridad étnica para aumentar su poder o sostenerse en él. Por eso estarían también interesados en mantener el apellido ‘indígena’ de la Alianza. Y son estos intereses los que se han manifestado con toda clase de improperios frente a un supuesto “clan de los paisas” que se habría levantado con la dirección de la ASI.
Pero también no les falta razón a los que opinan que durante la presidencia de Marcos Avirama se habría dado tanta apertura a este partido, que permitió también la entrada de sectores politiqueros, que verían allí un terreno fértil para asentar sus reales. Esto confirmaría la tesis de los “independientes” de que Marcos estaba ya creando su propio caudal electoral para hacer carrera política. ¡Válgame Dios!
Yo deseo que el movimiento indígena, más pronto que tarde, encuentre de nuevo el camino. El aumento del tono infamante de una elite discursiva que no tiene mayores ejecutorias en la construcción de la ASI, no da, sin embargo, motivos para la esperanza y no presta ningún favor a los pueblos indígenas. Tal como lo pensaban Madison y Jefferson para su Nación, y que de ninguna manera debería en la ASI, es que esta controversia afecte negativamente o aún acabe con el movimiento, pues la experiencia nos ha mostrado que los errores en política se pagan muy caro y eso no se lo merecen las comunidades indígenas y menos los pueblos que en este momento se encuentran ad portas del etnocidio.
Es paradójico, que un partido que nace y crece al margen del Estado, le solicite al Estado que les dirima el problema del nombre. Pero lo que produce desanimo, a estas alturas del partido, es que dos personas a las cuales el movimiento indígena debe mucho, se encuentren irreconciliablemente enfrentadas. Estoy casi que seguro, que el movimiento indígena del Cauca hubiera tomado otra trayectoria y no sería lo que es hoy, sin la presencia, constancia y compromiso político de Pablo Tattay. Lo mismo puedo decir de Alonso Tobón para Antioquia y para Córdoba. Lo que alarma es que Pablo esté perdiendo su buen humor y se apague su risa (puede ser que ahora si pueda ser aceptado en el M19 o en el MOIR) y que a Alonso le aumente la calva, la barriga y no pueda dormir bien.