Sindicato, empleadas del servicio, mujeres, negras, Medellín, sería el telegrama para contar lo que pasó el 2 de diciembre, desde las 9:40 de la mañana. Por fortuna, en la modernidad se puede hablar más, más barato, sin intermediarios, y, sobre todo, se oye masivamente a quienes parecían sin voz.

Ese domingo se reunió por primera vez un colectivo, en este caso, un sindicato de mujeres, para reivindicar sus derechos laborales como trabajadoras del servicio doméstico, afro. Aquí empieza el problema: ¿por qué afro? Aunque algunas de las pocas asistentes trigueñas o mestizas, mencionaban que el racismo es un problema que nace en las personas “de color”, la discriminación racial no se la imaginan los negros ni se la inventaron los chocoanos; es un problema mundial que en Colombia se palpa, y cada vez que se palpa, vuelve a doler. “Lo que exigían en un trabajo para vender productos de belleza era el bachillerato, y yo lo tenía, y aceptaron a todas las compañeras que se presentaron, menos a mí, que era la única con este color de piel”, dice una de las iniciadas en el sindicalismo, y estira su brazo y lo recorre con el índice de la otra mano, mostrando que tiene la prueba de su hipótesis: piel negra.

Además del racismo y el maltrato, a muchas de estas mujeres les informa su patrona: “Usted es como de la familia”. Este concepto que puede partir de un deseo genuino, casi nunca se aplica en su significado pragmático, sino que por el contrario, se sitúa en el ámbito de lo abstracto, en el que priman cariño y familia (de la patrona) como valores que pueden reemplazar el cumplimiento de obligaciones legales contantes:

Salario mínimo legal. Seguridad social en salud, pensiones y riesgos profesionales. Horario o jornada máxima legal de 8 horas y de 10 horas para trabajadoras internas. Descanso semanal, mínimo de 24 horas. Pago de horas extras. Pago de horas nocturnas. Pago por trabajo en días dominicales y festivos. Dotación de tres uniformes al año. Vacaciones remuneradas. Consignación de cesantías. Liquidación a la terminación del contrato. Permanencia en el trabajo cuando queda en embarazo y licencia de maternidad. Permiso para los casos de calamidad.

El problema del trabajo doméstico en Colombia, primera fuente laboral femenina urbana, depende de voluntades gubernamentales y civiles. El aspecto legislativo pareciera ser el más progresista: frente a la ley, las trabajadoras del servicio doméstico gozan del mismo tratamiento que cualquier trabajador, excepto por la prima y la jornada máxima para las trabajadoras internas, normativas que se espera cambien a su favor.

En cuanto al Ejecutivo, debe hacer que las empleadoras cumplan la ley, y a las empleadoras les corresponde cumplirla, por encima de creencias como que el techo y el alimento que dan las exime frente a las normas laborales. El género femenino es determinante en este problema: “Nosotras nos entendemos con las patronas; ellas nos dicen cuánto nos van a pagar, lo que tenemos que hacer; ellas nos regañan y ellas son las que también nos humillan”, dice otra asistente, en un descanso de “Del dicho al hecho”, nombre de la reunión. Mientras en sectores laborales como el del comercio, el Ministerio de Trabajo ha hecho 4.000 Inspecciones de Verificación de Condiciones laborales (IVC), y en el de hoteles y restaurantes, alrededor de 1.000, el año pasado, por primera vez, se hicieron cinco visitas; sí, 5 casas de familia fueron visitadas en todo el país (según el informe estadístico de IVC, consolidado en 2011). Es importante destacar que el Ministerio de Trabajo, si se le compara con los últimos 10 años, ha propiciado avances en materia sindical y de apoyo a la formalización del trabajo, con herramientas como Servicio Doméstico, Guía Laboral, una cartilla sobre las normas laborales legales de las empleadas del servicio doméstico en Colombia, publicado en Internet.

Hemos mejorado, sin duda. Sirvienta o manteca, como se las llamaba despectivamente, son términos en desuso, gracias a grupos progresistas y al enfoque de derechos humanos de las ONG nacionales como Carabantú, la Red de Mujeres Afrocolombianas Kambirí y la Escuela Nacional Sindical (ENS); esta última entidad ha liderado el proyecto de inclusión laboral de las empleadas del servicio doméstico.

Los avances también hay que abonárselos a entidades internacionales como la Organización Internacional del Trabajo (OIT). A la fecha, espera sanción presidencial el histórico Convenio 189, suscrito por representantes de los gobiernos, empleadores y trabajadores de esta entidad, por los derechos de los trabajadores y trabajadoras del servicio doméstico. Suena casi a equívoco hablar en Colombia de trabajadores (masculino) del servicio doméstico; sin embargo, aunque los varones son una ínfima minoría, también forman parte de las 742.000 personas que calcula el DANE, pues se desempeñaron en el trimestre julio-septiembre de 2012 en la categoría de empleado doméstico, aunque se cree que hay mucho subregistro. Una vez el presidente ponga su firma, el Convenio regirá como ley, y servirá como catapulta para continuar el proceso de reivindicación.

A las 11:15, luego de la bienvenida a las 40 mujeres que asistieron a la reunión y de la exposición de las experiencias significativas, a cargo de Ramón Emilio Perea, de Carabantú, llegó el turno de Sandra Milena Muñoz C., responsable de inclusión laboral del área de defensa de derechos de la Escuela Nacional Sindical y líder del proyecto de estas mujeres:

“Muchas de las aquí reunidas estuvieron conmigo capacitándose, pero pueden tener dudas de lo que vinieron a hacer. Aquí estamos creando conciencia de que hay una forma de defender derechos laborales, pararnos y hablar con los empleadores de la triple discriminación que sufren ustedes: mujer, afro y trabajadora del servicio doméstico. Sabemos que es difícil, porque ustedes trabajan hasta 15 horas diarias, y algunas sólo descansan el domingo. Además, nosotros no podemos hablar por ustedes. Podemos apoyarlas y darles herramientas, pero ustedes tienen que hablar por ustedes… hago una pregunta: ¿si una persona trabaja un día a la semana, el empleador está obligado a pagarle seguridad social?”. Sí, respondió ella misma, y dio pie a otros testimonios:

“Por días nos va mejor, pero gastamos más en pasajes y nos acumulan el trabajo de manera inhumana”. “Aunque a uno no lo metan al seguro por días, al menos puede uno sacar tiempo para las reuniones del colegio de los hijos, porque una vez, cuando yo era interna, le mostré a la patrona la citación que me enviaron del colegio, y me dijo: “¡Ay!, en esos colegios si joden”, y no me dejó ir, y entonces cogí mi pago y me largué”.

“Yo en cambio tuve la experiencia de que se unieron los cuatro patrones míos y me afiliaron. Al principio me dijeron que me pagaban 60.000 pesos, y que yo con eso me pagara, y yo les dije que no, que me hicieran un contrato, y que se juntaran. Incluso pude estudiar y ya me gradué de pedagogía infantil”.

En 1989, el 60% de las empleadas del servicio en Colombia eran internas, el 32% externas y el 8% tenían varios empleadores. Hoy la proporción de los dos primeros rubros es inversa. La mayoría trabaja por días.

Luego, Sandra Milena hizo una síntesis de la historia sindical reciente: “derecho que no se conoce, no se reclama”. La mayoría no quiere ser trabajadora doméstica toda su vida; la mayoría es desplazada; son víctimas de acoso y abuso sexual; les niegan y esconden la comida; les toca abandonar a sus hijos; no les permiten los tiempos de descanso diario, y los días de duelo generan malestar con los empleadores; las acusan de “brutas” o ignorantes, y de no tener aspiraciones educativas; se da el trabajo infantil y juvenil con la consecuente vulnerabilidad de las niñas que lo ejercen. Por último, Sandra destacó que la aspiración de las trabajadoras domésticas era conseguir puesto en una empresa.

A las 12:30 se anunció una dinámica, a manera de acción afirmativa, orientada por María Edith Morales, investigadora de las condiciones laborales de las trabajadoras del servicio doméstico, trabajo que se hace en convenio entre Carabantú y la ENS. Las 40 mujeres se dividieron en grupos, para responder un cuestionario que permitió recoger sus expectativas y temores, además de proponer eslóganes para motivar al grupo.

En el salón León Zuleta de la Escuela, se oyeron las primeras arengas: “Sí podemos, sí podemos”, “Unidas por los derechos de las mujeres”, “La unión hace la fuerza”, “Con voluntad y esperanza lograremos nuestros más imposibles anhelos”. Los relatores de la reunión, los organizadores y las sindicalistas primíparas expresaban en sus caras el clímax del evento.

Lo que siguió fue el protocolo de todos los inicios de un proyecto comunitario: lectura sobre la síntesis de las respuestas grupales, a manera de acuerdo; pregunta formal sobre el compromiso: ¿quiénes quieren formar parte del sindicato? 20 alzaron la mano; ¿quiénes quieren seguir trabajando por sus derechos? Todas alzaron la mano. “Felicitémonos”, dijo Sandra, “contemos esto a más gente, las convocaremos a finales de enero y no se nos pierdan”.

Agradeció la asistencia y anunció el almuerzo, para quienes habían sacrificado su escaso día de descanso en la búsqueda de hacer oír sus derechos laborales.