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Propuesta, arte y política

Una de las tareas centrales de los demócratas colombianos es perfeccionar la propuesta de luchar por la Reconciliación y la Paz. En política construir una idea es muy similar a realizar una obra de arte.

Es un acto de creación. Hay dos tipos de arte. El que responde a los parámetros impuestos por la moda, y el trascendente. El primero puede tener éxito momentáneo y pasajero. El segundo obtendrá – si es bueno – reconocimiento histórico.

Quienes hacen arte para el momento se caracterizan por no tener escuela, son eclécticos, sin principios, pragmáticos, se acomodan a los intereses del cliente, a la moda y al valor del contrato. «Crean» la obra sumando partes de aquí y de allá, dando apariencia de mensaje elaborado y de sensibilidad. A veces logran engañar, pero no trascienden.

El verdadero arte es todo lo contrario. Es el resultado de un proceso interno fuerte y conflictivo. Los verdaderos artistas sufren en el proceso creativo. Vuelcan su pasión sobre un determinado material como expresión de su liberación interior. Sus obras son fruto de ese proceso, que según ellos, nunca consiguen plenamente. 

En política es igual. Hay políticos para un período de gobierno y otros que hacen historia. Los primeros quedan en el registro de gobernantes; los segundos, de estadistas. Hoy necesitamos políticos con actitud de genuinos artistas, que actúen sin mezquindad, nos enamoren de propósitos loables, nos impulsen hacia metas de mediano y largo plazo, nos hagan vibrar. Necesitamos políticos con probidad.[1]  

 

La política de «seguridad democrática»

Uribe quería pasar a la historia como el gran pacificador de la nación. Su proyección hacia el 2019 era la de un gran estadista. Sus mentores lo vendieron como el gran «regenerador». Rafael Nuñez resucitado, según ellos. Su fórmula fue acabar la barbarie con más barbarie. Fuego mata fuego, parecía decir. Esa es la esencia de la política de «seguridad democrática». Se montó en la ola antiterrorista de Bush. Fue cabeza de playa en Latinoamérica en función de la agresiva intervención imperialista.

Esa política disminuyó algunos efectos de la guerra, pero no acabó con la misma. Las causas-factores que sustentan y alimentan el conflicto armado ni siquiera son reconocidas en sus fundamentos. Su costo es muy alto. En víctimas humanas, recursos económicos, mayor dependencia del imperio norteamericano y des-institucionalización de la nación. El odio y la polarización son su combustible. Los resultados: muy parciales, coyunturales y precarios. La «tranquilidad» de sectores minoritarios de la sociedad colombiana está hipotecada al ejercicio guerrerista. Mientras tanto, la mayoría sufre la inseguridad originada principalmente en fenómenos de pobreza, marginalidad y descomposición social (narcotráfico). Es decir, no se ha conseguido efectiva seguridad ni el ejercicio es democrático.

Los sectores dominantes y el uribismo defienden a fondo la «seguridad democrática». La dirección del partido liberal y otros sectores políticos, la avalan. Plantean algunos vacíos y correcciones pero no enfrentan su esencia guerrerista al servicio de la geopolítica imperial. No la cuestionan porque piensan en la coyuntura. Su mirada está en las encuestas. Ya cuentan votos. Actúan como artistas de segunda.

 

Reconciliación y Paz  

Construir una política de reconciliación en la Colombia de 2009 exige un gran esfuerzo. No es una tarea fácil. Se asemeja a transitar por un terreno peligroso y resbaloso, en donde quien conduce el bus hace rato perdió el rumbo y el juicio. Algunos pasajeros quieren reemplazarlo sin cuestionar la ruta tomada, el método de conducción y sin revisar el estado del vehículo. A veces se niega el problema diciendo que es un problema secundario. Hay confusión y son pocos los aciertos.

El objetivo de la reconciliación choca con la esencia de la «seguridad democrática». Esa aspiración no constituye la más mínima concesión a los actores armados. Por el contrario, es su derrota. La sociedad colombiana puede y debe luchar por una Paz de verdad. No queremos una paz secuestrada ni hipotecada. La queremos basada en la reconciliación de los colombianos para caminar hacia la civilidad democrática. Para continuar construyendo una nación que coloque en el centro de la vida institucional la inclusión plena de los eternos marginados. 

La lucha por la reconciliación exige una actitud correspondiente, que trasmita «paz espiritual». La reconciliación requiere moderación y prudencia. Si nuestro mensaje está lleno de rencor y resentimiento, no podremos ser actores de paz. La dignidad y capacidad de perdón que nos muestran las víctimas del conflicto, es un gran referente para nuestro actuar.

Hay que seguir construyendo un movimiento social que canalice las aspiraciones de las mayorías hastiadas de la guerra. Los acumulados son muy grandes. Las movilizaciones del año pasado (todas), tienen – en gran medida- ese mensaje. Conseguir el arrepentimiento como paso previo a la reconciliación debe ser una meta. No debemos desesperar porque los factores de la guerra no reaccionen. Nuestra nítida posición y acciones autónomas e independientes, son lo fundamental.

Uribe, en tanto actor de la guerra, está en la mira. Sin embargo, no podemos olvidar que él representa – todavía – al Estado colombiano. Esa es una dificultad que nos ayuda a avanzar, si la trabajamos. Hay que saber diferenciar entre Estado y gobierno, y además, entre gobierno y funcionarios. Es parte de la filigrana artística a dominar. Piedad Córdoba en algunas ocasiones la h
a sabido tejer, en otras no. En esa dimensión es muy importante aplaudir las acciones gubernamentales, actos humanitarios, y demás gestos que aclimaten la Paz. Habrá que buscarlos con lupa, pero se pueden dar.

Igual con la guerrilla. Los factores económicos, sociales y políticos que le dieron origen a la insurgencia siguen ahí, pero no justifican el comportamiento criminal. Nuestra acción a favor de la paz y la reconciliación no pueden – en lo más mínimo – enviar el mensaje de que estamos ayudando a la insurgencia a «recuperar» espacios políticos. Su postración política es uno de sus problemas, y es parte de su obra. Deben saber que si no renuncian al secuestro, no hay ninguna posibilidad de que la sociedad les confiera intencionalidad política. Tienen que entender que las acciones terroristas los aíslan de la población y le ayudan a Uribe a justificar su política. Igual que con los demás actores, cualquier gesto de paz o acto humanitario de la guerrilla debe ser ponderado con mesura y moderación. 

Es bueno reiterar que toda la sociedad colombiana es víctima del conflicto. De allí surge la fuerza y la justificación para luchar por la paz. Por eso mismo, nuestras acciones deben ser absolutamente autónomas e independientes. Ese es nuestro mayor capital. De igual forma, insistir en que los logros políticos  que consigan gratuitamente  los actores de la guerra, fortalecen y alientan el conflicto. Debilitan las dinámicas de reconciliación. Deben ganarlos con verdaderos actos de paz. ¡Por sus obras los conoceréis!

 

Revisar y ajustar nuestra política de Paz

En términos generales pareciera haber consenso sobre el tema. En lo concreto surgen diferencias importantes. Una serie de consignas deben ser nuevamente revisadas. No que deban ser cambiadas, pero sí, deben precisarse sus alcances. «La salida negociada al conflicto armado», ¿qué quiere decir? «El acuerdo humanitario», ¿qué significa?

En la última entrega de rehenes por las FARC hubo serios problemas. De parte del gobierno, saboteo de frente y provocaciones. De parte de la guerrilla, bastante cinismo; parecía que nos hacían un gran favor. De los «colombianos por la paz», se alcanzó a notar cierto protagonismo que le hace daño a ese proceso. La más madura fue Piedad.

El momento de euforia pasa rápido. Quedan en la mente muchas preguntas: ¿Las liberaciones incondicionales son cuota inicial para presionar por el intercambio humanitario? ¿Por qué liberan a los militares que llevan menos tiempo y dejan a gente que lleva más de 11 años de retención? ¿Los rehenes son «carne de cañón» o «trincheras humanas» frente a la ofensiva militar, o están allí para presionar efectivamente un intercambio por guerrilleros presos? ¿Ambas cosas? ¿Los actos terroristas (que no de guerra!) hacen parte de esa misma estrategia? ¿Y qué decir de la muerte de los indígenas Awa? ¿Qué tipo de justificaciones son las que ha presentado el frente que ejecutó esa monstruosidad?

Queda la impresión que dicha entrega no fue en esencia un acto humanitario. Fue una jugada política. Y claro, las FARC pueden y deben hacer política. El problema va más allá. Si se pretende obtener rendimientos políticos de un acto humanitario, el resultado siempre va a ser negativo. El mensaje es mezquino y se convierte en búmeran. Sale a relucir una doble moral. Y ello descalifica, de entrada.  

La sociedad colombiana no va a ceder muy fácilmente en reconocer el papel político de las FARC. El costo que deben pagar es muy alto. No tienen – en este momento – la más mínima posibilidad de «negociar» ni un solo punto de su plataforma. Muy pocos colombianos lo avalarían. Su soledad es apabullante. Son ellos y su fuerza militar. Y de eso deben ser, más que conscientes, concienzudos.

El pueblo clama por salir de la guerra. No autorizamos la política de tierra arrasada, de «aniquilación del enemigo». Quienes están siendo exterminados son los pueblos marginados y olvidados por el Estado y por la sociedad. Tampoco reconocemos una representación de nuestros intereses por parte de la insurgencia. El Consejo Regional Indígena del Cauca CRIC con ocasión de la masacre de los indígenas Awa en Nariño lanzaba esta súplica: «No queremos más defensores que nos maten». En esa misma dirección la ONIC ha lanzado un ultimátum a las FARC para que entreguen los cuerpos.[2]

Por ello la formulación de «solución negociada», de «salida política del conflicto», debe ser precisada. Es la sociedad colombiana la única capaz – en este instante – de ponerse por encima de los actores de la guerra, y lanzar su ofensiva. Debe materializarse en un movimiento absolutamente autónomo e independiente, que en este instante puede ser encabezado por los pueblos indígenas (La Minga) y las víctimas de la guerra, férreamente unidas. Si se tiene claridad, será una avalancha incontenible.

La sociedad unida y movilizada debe anunciar desde un principio y con toda claridad que no vamos a negociar reivindicaciones sociales y económicas. Éstas deben resolverse por mecanismos democráticos y civilistas. Buscamos caminos de reconciliación y aportamos a encontrar la forma más digna para salir de la guerra. En contraprestación, a lo único que nos podemos comprometer, es a construir la institucionalidad para regular esa convivencia, pero no como condición. Llamamos a los actores de la guerra a que se integren a la sociedad para sumarse a esa tarea. Es un mensaje de acción transformadora.

Finalmente, lo del acuerdo humanitario es más simple. Es una tarea que no debe ser una consigna política, ni debe ser apropiada por nadie en particular. En una guerra ese intercambio es de todos los días, y debe hacerse con bajo perfil. Hay que presionarlo. Además, no hay que olvidar los secuestros extorsivos.

Adenda: Queda pendiente la estrategia nacional e internacional por la paz y la reconciliación. Existen importantes adelantos e insumos. Además, debemos formular nuestra propia política de seguridad con base en lo formulado y aplicado por gobiernos regionales y locales de carácter progresista.