En uno de sus escritos, Alonso Salazar cuenta una anécdota de San Pablo durante su peregrinación a Grecia para difundir la doctrina cristiana. San Pablo llevaba consigo un mal presentimiento: infería una reacción violenta de los griegos, cuando presentara sus creencias.

Pensaba así, pues procedia de la región de Judea, un mundo intolerante, donde un día se recibía a un filósofo blandiendo palmas en una manifestación de jubilo y a la semana siguiente lo estaban crucificando. La aprensión de Paulo resulto falsa, pues los griegos, padres de la dialectica, lo escucharon con interés y curiosidad. San Pablo al no ser vapuleado, ni siquiera cuestionado, se fue convencido de haber persuadido a los griegos del esplendor y superioridad de su doctrina. Los griegos por su parte respiraron tranquilos cuando Paulo abandonó Grecia, pues estaban extenuados de escuchar de un hombre necio tantas sandeces sobre un único dios, que había enviado a su propio hijo a la tierra para que fuera torturado y crucificado para salvar a la humanidad y cuya doctrina era tan poco humanista, que concebía el fuego eterno como castigo.

 

Efraín Jaramillo Jaramillo

José Santos Caicedo Cabezas

Colectivo de Trabajo Jenzera

Proceso de Comunidades Negras, PCN

 

“Era costumbre introducida por este príncipe y su gobierno……,

que después de que la corte decretara una ejecución cruel,

o bien para satisfacer el resentimiento del monarca

o la maldad de algún favorito,

el emperador siempre pronunciaba un discurso a todo el Consejo,

subrayando su gran benevolencia y ternura,

cualidades éstas universalmente reconocidas y proclamadas.

Este discurso era inmediatamente publicado en todo el reino.

Nada aterraba tanto al pueblo como estos encomios

a la misericordia de Su Majestad,

pues se había observado

 que cuanto más aumentaban estas alabanzas

y se insistía en ellas,

más inhumanos eran los castigos

 y más inocentes las víctimas”.

 

 

Jonathan Swift  (Los Viajes de Gulliver)

 

 

 

Algo similar le sucedió a la delegación colombiana que fue a Ginebra con motivo del Examen Periodico Universal, al cual sería sometida Colombia en diciembre de 2008. La delegación colombiana no fue “apedreada” ni insultada, por el contrario, fue felicitada por haber presentado un informe tan minucioso y por comparecer voluntariamente al escrutinio de las Naciones Unidas. Más aún, un despistado diplomático felicitó al jefe de la misión, doctor Francisco Santos, vicepresidente de Colombia, por haber traido una nutrida delegación de organizaciones sociales, refiriendose al CRIC, la ONIC, el PCN y otros amigos de los indígenas y afrocolombianos, que habían llegado a Ginebra precisamente para manifestar su malestar porque desde la cumbre del poder se afirmaba que sus territorios colectivos y sus resguardos eran guaridas de guerrilleros, narcotraficantes y promotores de invasiones, a quienes habría que aplicarles el peso de la ley, mientras que sus organizaciones y comunidades veían caer asesinados a sus más destacados líderes. El doctor Santos, ante tanta deferencia y cordialidad dió por sentado que el gobierno colombiano estaba aprobando el examen.

 

Pero en la medida en que intervenían los 43 embajadores que hicieron uso de la palabra, urgando a Colombia en temas como la impunidad reinante frente al asesinato de dirigentes de las organizaciones sociales y sindicales, los “falsos positivos”(1) y la desprotección de los grupos étnico territoriales (indígenas y afrocolombianos), algunos de ellos en vía de extinción, hasta allí le alcanzó la dialectica al doctor Santos. Cuando intuyó que Colombia podía “rajarse”,  mostró el “corazón grande” de su presidente y ofreció disculpas a la comunidad internacional por los crímenes de Estado (aunque todavía se las debe a los familiares de las víctimas en Colombia).

 

El glamoroso vice había organizado con su escudero Carlos Franco, discipulo a rajatabla del presidente Uribe, el tinglado para convencer a la diplomacia mundial sobre los enormes esfuerzos del gobierno de la Seguridad Democrática por corregir los hechos de violencia que se originan en las esferas del Estado. Desde los flancos secundaban el viceministro de defensa y funcionarios de la fiscalía, que sin donaire expusieron un libreto, que por ser preparado de antemano, no respondía a las preguntas y recomendaciones formuladas por los diplomaticos de Naciones Unidas. A pesar de todos los esfuerzos por fulgurar, no convencieron sus explicaciones. Aún menos, cuando Carlos Franco acusó a las ONG colombianas de no haber colaborado en la elaboración del informe gubernamental (algo así como no haber ayudado al diablo a hacer las hostias). El culmen de la ingenuidad la protagonizo el mismo vicepresidente Santos (por un  momento olvidó que estaba en Suiza y no en Colombia) al señalar que al embajador de Dinamarca lo habían engañado (algo así como insinuar que era un tonto que apañaba sin criterio cuanta ocurrencia le lanzaran). El representante del gobierno danés había sugerido al gobierno colombiano escuchar las demandas de los pueblos indígenas, desarrollar más acciones afirmativas en favor de ellos, pues tenía información sustentada que mostraba que estaban viviendo una tragedia humanitaria debido a la violencia protagonizada por todos los grupos armados, en parte con connivencia de fuerzas del Estado.  

La misión colombiana se fue de Suiza, igual que San Pablo de Grecia, con el convencimiento de haber seducido a su audiencia. El Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas respiró tranquilo, confiando en que esta vez la misión de Colombia iba a tomar en serio sus recomendaciones.

Los que quedaron intranquilos fueron los representantes de las ONG y organizaciones sociales presentes, pues sabían lo que puede pasar en casa con los denominados “apatridas” que critican a su gobierno en el exterior. Los indígenas no pueden olvidar que cuando regreso
Kimy Pernía de Canada, después de haber explicado al parlamento de ese país el daño que le haría la represa de Urrá a su pueblo, fue desaparecido por los paramilitares. Y tienen muchas razones para su intranquilidad, pues como decía Voltaire “es peligroso tener razón cuando el gobierno está equivocado». Es a eso a lo que nos vamos a referir en los párrafos siguientes.

 

Los embustes del gobierno

 

          

El presidente Uribe se ha dirigido varias veces al país para explicarle, valiéndose de cifras mendaces, el motivo por el cual a los indígenas no se les debe dar “un metro más de tierra”: “con un 3% de la población, poseen el 27% del territorio nacional”….. “ellos son los verdaderos terratenientes del país y no los paramilitares”. Aunque se le ha aclarado hasta la saciedad de que el 90% de estos territorios son selvas húmedas del amazonas o del Pacífico (de solo vocación forestal) son páramos andinos (las principales reservas de agua del país, donde nacen los principales ríos), son desiertos como el de la Guajira o son tierras agotadas por el sobrepastoreo que le dieron los ganaderos, antes de que los indígenas iniciaran sus luchas para recuperar estas tierras de sus resguardos, por allá en 1970.

Tampoco se cansa de repetirlo el ministro de agricultura, Andrés Felipe Arias, que no desperdicia oportunidad para corroborar estas cifras. Y todo esto a pesar de que funcionarios del INCORA, de la Dirección de Asuntos Indígenas del ministerio del interior y de justicia, de la Defensoría del Pueblo y aún algunos de su propia cartera, han señalado que la causa principal del “malestar indígena” es la carencia de tierras aptas para cultivar. Es más la génesis de todas las violencias que han sufrido desde la Conquista hasta hoy, tiene de trasfondo usurpar sus tierras o atajar su recuperación. 

Como todo aprendíz de comunicaciones, pero también el pertinaz embustero sabe que una opinión o noticia falaz, varias veces repetida, termina siendo tomada como verdad y más, cuando el hacedor de la opinion posee gran audiencia en la población y controla o goza de la benevolencia de poderosos medios de difusion. No es raro entonces que estas opiniones para desprestigiar las marchas indígenas hayan tenido eco en el 80% de la población, que es la cifra de  favorabilidad que tiene el presidente en Colombia.

El problema es aún mayor si de antemano existe la intención de generar un impacto con la noticia, se ha creado el ambiente, se ha confeccionado finamente un lenguaje y orquestado una estrategia de preparación de la opinion pública, para acoger la noticia falsa. Este hecho, bien descrito por el filólogo Victor Klemperer en LTI (Lingua Tertii Imperii), sobre la ideología del tercer Reich, se ha presentado muchas veces en el mundo y en todas las épocas y es algo usual encontrarlo en países con regimens autoritarios. Colombia no es la excepción. Recordemos solo como Rafael Nuñez, con ardides, embustes, intrigas, conspiraciones y acciones militares, logró sepultar a finales del siglo 19 la Constitución liberal de Rionegro, instaurando (restaurando) con la Constitución de 1876  unas ideas y principios ideas que se opondrían durante todo el siglo 20 al progreso de Colombia.

Maria Jimena Duzán encendió a buena hora las alarmas, al comentar las columnas de dos avezados periodistas:  La veterana María Isabel Rueda y el experimentado y también veterano  Álvaro Valencia Tovar, (general (r) de la República.

Maria Isabel Rueda expresa en tres frases lapidarias su descontento con las marchas indígenas: (1) Se asombra de «La impunidad con la que actúan (los indígenas) amparados en su condición de minoría étnica».  (2)  Al referirse a la pretensión de los indígenas de querer conservar sus identidades: «Es una actitud egoísta que me enferma» y (3), al hacer alusión a sus protestas, ante los oídos sordos del gobierno: «Tampoco nosotros debemos seguir con el complejo de pasar por alto sus desmanes, limitándonos a murmurar en voz baja: pobrecitos, es que son indígenas».

El general Valencia Tovar, por su parte en una de sus columnas de El Tiempo.com,  cuestionó la Constitución de 1991,  “por haberles otorgado a las minorías étnicas unos derechos de territorialidad y de autonomía que, resultan injustos y desproporcionados porque crean ‘islas virtuales’, que rompen de manera aleve la homogeneidad cultural de las mayorías”.

 

Maria Jimena Duzán señala lo verdaderamente preocupante de estas afirmaciones. Le interesa poco lo que ellos piensen sobre los indígenas. Lo que definitivamente le importa es el impacto que tienen sus ideas en una población que ha venido siendo aleccionada para que obren de acuerdo a los mensajes que emiten estas opiniones. Y es esto lo realmente peligroso para los indígenas y negros del país. Hoy no se descarta que sean los nuevos paramilitares, la misma población, pero también las fuerzas del orden, las que manipuladas emocionalmente, puedan salir a atajar con violencia las marchas indígenas, pues como dice Hans Magnus Enzensberger, “la obsesión oficial con el terrorismo ha propiciado la idolatría histérica del poder estatal y la santificación absurda de las fuerzas del orden” (2). 

Maria Jimena Duzán no obstante deduce que hablar de racismo en Colombia sería apresurado. Prefiere decir “que hay un renacer de una cultura que muchos pensábamos había quedado sepultada definitivamente con la proclamación de la Constitución Política de 1991: me refiero a la cultura producto de la tiranía de las mayorías. Aquella que desconoce la importancia de las culturas indígenas y negras, que conquistaron importantes derechos en la nueva Constitución del 91, que nos ha ahorrado muchos muertos y que oxigenó en buen momento nuestra restringida democracia”.

Hemos escogido a manera de ejemplo dos de los muchos correos que vienen recibiendo las organizaciones indígenas, para mostrar la discriminación racial estimulada desde las altas esferas del poder. Un nuevo rostro del racismo, esta vez envuelto en vocablos prosáicos que apelan a un patrioterismo insulso, adornado con parafernalias provinciales que emplazan a los indígenas en la picota pública y convocan a la sociedad a destruirlos.

1.  De: [10/27/2008] [Asociación de Colombianos en defensa de la patria ASCOLDEPA]

[Autor: Mario Rincón Nolva].

“Indios perros de mierda, ustedes no alcanzan a ser el 1% de la población colombiana y como se atreven a decir que el presidente Alvaro Uribe Velez no representa al pueblo,  para su conocimiento fue elegido por más de siete millones de verdaderos colombianos y no por guerrilleros y terroristas patirrajados como son ustedes.

Que lastima que los conquistadores españoles no los hubieran erradicado totalmente del territorio Americano. No nos cansamos de preguntarnos, ¿Qué hacen los pueblos indígenas por Colombia? y la respuesta siempre es – nada y nada es nada”.

2.  De: Abelardo Ruiz [26/10/2008] [abel00ruiz@latinmail.com]

Asunto: MINGA INDÍGENA , Para: acincauca@yahoo.es, onic@onic.org.co  

“Cómo se nota que los indígenas están gobernados por guerrilleros, pues les dolio el rescate del doctor Lizcano y su dolor no los dejó hablar con nuestro presidente.

Las marchas indígenas en nuestro país están auspiciadas por todas aquellas fuerzas o grupos que buscan desestabilizar al gobierno, pero no lo van a lograr porque a nuestro presidente lo respaldan más de siete millones de colombianos, verdaderos colombianos, dispuestos a empuñar las armas para defender la patria de parasitos como los indígenas del siglo XXI.


El gobierno debería de revisar en manos de quien están las tierras colombianas que poseen los indios en nuestro territorio, encontrarán que un gran porcentaje lo poseen los mal llamados líderes indígenas, que no son más que emisarios del grupo narcoterrorista de las FARC y de la izquierda latinoamericana, y así se atreven a llamar a nuestros campesinos ‘terratenientes, paramilitares y narcotraficantes’. Como vemos que las cosas van por otro lado y que no estamos en Ecuador o Bolivia. El pueblo colombiano (blanco en su mayoría) les exige respeto hacia nuestras instituciones y hacia nuestro presidente y si no lo aceptan iniciaremos una campaña que diga: İMate un indio y reclame una libra de arroz!”

 

Esta perturbación anímica producida por la idea de que existen unos enemigos de la Patria que estarían actuando unanimemente y con un guión establecido para desprestigiar al gobierno y ante los cuales hay que actuar con decisión, es uno de los peligros que estamos viviendo. Los indígenas están en el camino de convertirse en las nuevas cabezas de turco” (3) de la Seguridad Democrática.

Una pregunta que flota en el ambiente es la conducta que asumirá la iglesia frente a estas manifiestas expresiones de racismo, el más reciente el aleve asesinato del esposo de la dirigente indígena del Cauca, Aida Quilcué, alma y emblema de las actuales marchas indígenas. Son pocas, por no decir inexistentes, las manifestaciones de repudio de los jerarcas ante un nuevo renacer del racismo. Y asombra, puès siempre han estado alertas, cuando de ver meter elefantes en la casa del frente se trata. No entendemos porque ahora no se han percatado de que por la sacristía y conducido de la mano de un devoto del padre Marianito Euse, le metieron un dinosaurio a su catedral. ¿Serà que para este caso su reino no es de este mundo y piensa “pasar de agache”?

Algunos pensaràn que estamos exagerando. Pero pensemos que no hace muchos años monseñor Miguel Ángel Builes arengaba a su feligresía desde los púlpitos de Antioquia, incitándolos a matar liberales, porque eran ateos que no merecían la misericordia de Dios.  


(1) Con este término se conoce en Colombia una serie de irregularidades cometidas por miembros del ejército nacional contra la población civil. Las últimas que escandalizaron a los morganismos de derechos humanos y a la comunidad internacional son las que tienen que ver con el asesinato de jovenes desempleados engañados con promesas de trabajo y presentados como guerrilleros, para lograr ascensos, licencias o cobrar recompensas.

(2) Citado por Ricardo Vargas.

(2)  El apelativo cabezas de turco se emplea para calificar a un determinado grupo de personas a las que injustamente se les endilga o se las responsabiliza de algo, sirviendo así de excusa al inculpador.  El termino surge cuando los cristianos en  el siglo 11 emprenden la guerra contra los turcos y sarracenos para reconquistar los santos lugares de la cristiandad. Cercenarle la cabeza a un turco era un merito.  Cuando lo lograban, los soldados ensartaban la cabeza  en una lanza y  la acusaban de todos los males.