El centro del debate político nacional está ahora ocupado por dos apreciaciones contradictorias sobre el tamaño de la participación electoral en la definición de los actores que por la oposición fueron ungidos como candidatos presidenciales en representación del partido Liberal Colombiano y del Polo Democrático Alternativo.
Una de esas lógicas remite a catalogar de reducida la participación ciudadana y a designar culpables putativos para salvar su propia reputación pública. Sin embargo, ese criterio no llega hasta el punto de señalarles grados de ilegitimidad a los nuevos personeros, pues ello empañaría a todo el sistema, incluido el oficialismo que tomó parte activa -aunque clandestina- en la contienda electoral.
Por su parte, quienes recibieron el beneficio de las urnas justifican los respectivos guarismos advirtiendo que fueron “justas internas”, circunscritas a la propia militancia activa y no a una elección abierta a todo el potencial electoral. Esta afirmación está orientada a legitimar la capacidad negociadora, habida consideración de que por sí solo ninguno de los dos –en toldas separadas- estaría en condiciones de generar una convocatoria amplia contra el uribismo. Los análisis están, entonces, en la línea pragmática del vendedor de papas que sugiere que quienes votaron lo hicieron desde el ejercicio de una rutina mecánica y no desde una elección racional a partir de ideas o de programas.
En tiempos sombríos se suelen dramatizar las consecuencias de los procesos y apresurar las conclusiones. Pese a ello ningún científico social se ha atrevido a aventurar una hipótesis dura alrededor del significado de estas elecciones como estela del proceso político en general. Si éste altera o no la sensación de incertidumbre que se percibe por la indecisión del presidente de cara a un eventual tercer período, por ejemplo.
Pierre Bourdieu solía atribuir a dos formas de conocimiento el abordaje del complejo funcionamiento de los mecanismos sociales: uno “cínico” y otro “clínico”. De acuerdo con el primero, “ya que el mundo es como es”, pensaré una estrategia que me permita explotar sus reglas para mi provecho, sin considerar si es justo o injusto, agradable o no. Y “clínicamente”, ese mismo conocimiento puede ayudarnos a combatir más efectivamente todo aquello que consideramos incorrecto, dañino o nocivo para nuestro sentido moral.
Detrás de los resultados y más allá de los guarismos propiamente dichos, hay elementos que pueden contribuir a un análisis más ponderado y diríase “estructural” del proceso. En primer término, los medios de comunicación han hecho su juego mercantil al convertir la política en un Show busines, en un espectáculo de competencias que debilita aun más la democracia con la presencia de patologías sociales, para que no enfrente el sistema de intereses y, de paso, disuelva los lazos de sociabilidad y reciprocidad.
En ese ámbito los partidos en liza y sus candidatos tuvieron asimétricas posibilidades de figuración y quienes lograron mejor participación la obtuvieron merced a su avasalladora pauta –en términos de frecuencia- publicitaria que, adicionalmente, era compensada con generosas referencias en detrimento de quienes no “pautaron”. Las encuestas y sondeos de opinión pública sustentaron y legitimaron a los candidatos de sus predilecciones y, a su antojo, ejercieron control social en favor de sus intereses corporativos.
Naturalmente son hechos externos, que no reducen la responsabilidad que, por ejemplo, en el caso del Partido Liberal, tiene el abandono de sus banderas sociales y humanitarias. La precaria (nula, sería la palabra apropiada) relación de identidad entre lo que su plataforma ideológica y sus principios progresistas predican y la práctica neoliberal de su actual Director Nacional, es sin duda motivo de esa creciente ausencia de afecto societatis.
El liberalismo colombiano ha sido ganado por “la mano invisible”, con una letal jurisprudencia nacional para el mercado. No sólo se ha impuesto un proceso de regresión y agotamiento de la política a la marcha interna de las instituciones del partido, sino que ha desarrollado una oposición ambigua en el sentido de que mientras formula observaciones en el muy personal y característico acento de su Director al estilo autoritario del presidente, muestra coincidencias con el debilitamiento del Estado social de derecho y aplaude las erróneas políticas económica e internacional de la administración.
Esta aparición en escena del PLC, paradójicamente, lo ha puesto en el umbral de su desaparición. Es el resultado de sus resultados: la sexta derrota en línea que bajo su actual director recibe uno de los más antiguos partidos de Occidente. Con un año menos que Uribe como presidente de la República, el actual Director del liberalismo no ha logrado, sin embargo, interesar al país en una agenda de oposición que lo sitúe como alternativa de poder. Es un partido más cercano al sector financiero que al mundo del trabajo productivo. El partido de Uribe Uribe, de Gaitán y de López Pumarejo perdió el ímpetu revolucionario y la bandera roja dejó de ser la emotiva insignia progresista de otros tiempos. Esa es una primera consecuencia grave para la política nacional.
La nunca bien lamentada derrota de la Senadora de Poder Ciudadano Piedad Córdoba, a manos del hijo de Luís Carlos Galán, sin duda traerá consecuencias para la Izquierda democrática del liberalismo.
También el más nuevo de los partidos de la izquierda colombiana, el PDA, ha sido víctima de su fatal juego endógeno de contradicciones. El actual candidato desplazó de su nicho las banderas democráticas y progresistas encarnadas por uno de los más éticos y sabios dirigentes de la política nacional, el Maestro Carlos Gaviria Díaz, un pensador que suscitaba muchas esperanzas.
Naturalmente el nuevo candidato no logró él solo alzarse con el “triunfo”. Sin mucho esfuerzo mental atrajo sectores uribistas -con los cuales tiene afinidades electivas-. Su audaz propuesta de no extraditar a mafiosos y paramilitares, la sagaz expresión chovinista según la cual “insultar a Álvaro Uribe es agraviar al país” y la exorcización del asistencialista programa presidencial Familias en Acción, le produjeron la simpatía electoral de las derechas nacionales. Los votos cantados de María Isabel Rueda, de Mauricio Vargas y de Plinio Apuleyo Mendoza confirman este aserto.
Petro ganó la candidatura pero perdió el Partido. Tras este punto de inflexión electoral el Polo no volverá a ser el mismo colectivo alegre, de pensadores progresistas –la franja amarilla de William Ospina-, de las juventudes revolucionarias, de los filósofos políticos, de los defensores de los Derechos Humanos y la lucha contra la corrupción.
Dos hitos banderizos que entusiasmaron con sus tesis la política nacional, hoy han quedado tendidos sin mayores expectativas hacia el futuro. Esa es la segunda grave consecuencia ligada a los resultados de las elecciones del pasado 27 de septiembre de 2009. Sin embargo, como decía dialécticamente el líder Mao Tsetung en la Universidad de Yenan : “lo malo se vuelve bueno y lo bueno se vuelve malo”
Por Alpher Rojas Carvajal*
*Analista político, Investigador social
Director Nacional de la Corporación de Estudios Sociopolíticos y Culturales Colombia Plural