Por: Harrison Cuero

Los colombianos requieren hoy más que nunca de los juglares, sabios y guías convertidos con el tiempo en folkloristas, o institucionalizados, como agentes culturales. Los artesanos de la palabra son los guardianes de la identidad cultural de los pueblos en cuanta conservan y mantienen viva su memoria colectiva.

Señala Cheikh Anta Diop que la identidad cultural de un pueblo, como potencia vital, “puede tender hacia la civilización, es decir, la personalidad cultural realizada, o por el contrario caer en la barbarie, la regresión cultural embrutecedora.” Esta ultima conlleva a la violencia y al desconocimiento de la humanidad del otro.

La “Carimba Mental”, aquella definida por Manuel Zapata Olivella, como la marca no visible de la alienación cultural fruto del sistema colonial esclavista, advierte el efecto de la pérdida de la identidad de los colombianos en general y de los afrocolombianos en particular. Esa “Carimba Mental”, explica el que pueblos enteros avancen como corderos al matadero sin descuidar la tarea de dar satisfacción al público con el espectáculo.

El reciente asesinato del joven Gorge Floyd[1] en Minneapolis, EEUU, frente a varias personas que gritaban desesperadas “lo estás asfixiando” al tiempo que grababan el espectáculo, da cuenta de varias cosas entre ellas; la vigencia de un orden social en el cual los afrodescendientes ocupan el más bajo nivel y donde sus dramas son abordados como entretenimiento mediático, pero también, de la débil personalidad cultural de los habitantes de Estados Unidos, ya sea que se autoproclamen Americans o Migrants.Solo esto podría explicar el salvajismo de la escena, una de tantos otras, comunes en el país de la libertad.

Los colombianos requieren hoy más que nunca de los juglares, sabios y guías convertidos con el tiempo en folkloristas, o institucionalizados, como agentes culturales.

En mi reciente artículo, Civilización o Barbarie[2], presento los elementos que de acuerdo con Anta Diop componen la identidad cultural de los pueblos; historia, lengua y psicología colectiva. Es precisamente aquí donde los protagonistas de este artículo tienen lugar. Para Diop la personalidad cultural de los africanos y sus descendientes tiene una psicología colectiva particular. Caracterizada por “una alegría comunicativa y una despreocupación por el mañana y el optimismo inducidos por las estructuras sociales comunitarias que dan seguridad a sus miembros”, “contrario a los pueblos indoeuropeos marcados por la inquietud, el pesimismo, la incertidumbre ante el mañana, la soledad moral, la tensión por el futuro y todas sus incidencias benéficas por la vida material” (Khandim Ndiaye, 2017).

Mari Grueso, Luis Ángel Ledezma (El profe Lucho) y Carlos Rodríguez (El santo) son tres juglares del pacífico, artesanos de la palabra que dan cuenta de esa personalidad cultural del hombre y la mujer del pacífico. Con gran destreza narran la historia de los pueblos del pacífico al tiempo que denuncian su situación actual marcada por la violencia estatal (acción o omisión del Estado), y demandan de los dirigentes locales acciones orientadas a la eliminación de la carimba mental y la recuperación de la identidad colectiva de los descendientes de Changó en el exilio americano. Manuel Zapata Olivella.

La obra de Mari grueso da fuerza al lenguaje propio del litoral, denigrado por siglos como indicador de los incivilizados pero que esconde en su esencia la visión que, del mundo, han recreado los afrodescendientes en el pacífico colombiano.

En su poema “La Platonera”[3] Mary resalta la fuerza comunicativa afrocolombiana al describir uno de los oficios de mayor importancia para la economía familiar, dominado por las mujeres del litoral pacífico. El juego con las palabras y la picardía al hablar utilizado por Mary es propio de los afrodescendientes en el pacífico, especialmente usado como recurso lingüístico para atraer amistad, amor, salir de situaciones difíciles e incluso atraer clientela en los negocios.

Tanto en la prosa de Luis Ledezma en Guapi, más conocido como El profe Lucho, como en la de Mary, se percibe la fuerza vital característica de la identidad negra afrocolombiana. Esa rebeldía cimarrona tan útil para recordar el orgullo nacional como para denunciar injusticias o reivindicar derechos negados sistemáticamente. En el poema “Don Político», el profe Lucho rescata a «Doña Vicenta», una matrona del Pacífico sin pelos en la lengua para decir las verdades en el momento y a la persona correcta; “… ¿Oiga y vea Don político, Y a mi quien me represienta, por eta vieja Vicenta quién habla allá en Popayán? Yo no voy a vota ma´, ya me tiene es aburrida. Jichando y jichando mentira siempre en tiempos de elección y ni siquiera un calzón pa´ una tapa su verija.”

En esa misma línea replica Mary desde Buenaventura; “Si Dios hubiese nacido aquí, aquí en litoral, sentiría en carne propia la falta de equidad, por ser negro, por ser pobre y por ser del litoral”.

Desde el extremo sur, Tumaco, Carlos Rodríguez, apodado “el diablo”, como sinónimo en el pacífico sur de conversador y avispado, hace alarde de la identidad cultural negra afrocolombiana. Él se autodefine como Tallador de la décima cimarrona pues según cuenta “nuestra décima está inscrita como décima cimarrona porque es de resistencia, de reivindicación de derecho, de rebeldía cimarrona.

En su poema Negro soy, Carlos coincide con Anta Diop en relación con la alegría comunicativa de los afrocolombianos y la positiva interpretación de la vida y el futuro, pese a lo nublado que parezca el mañana por la violencia y el racismo estructural del Estado.

Yo nací de las entrañas

De una negra fuerte y pura,

Orgullosa de venir

De otros de igual negrura.

Provengo de una cultura

Ombligada de alegría,

Donde es la manglería

Que nos moja como el sol.

Yo soy océano Pacifico

Orgulloso negro soy.

La historia ligada al África y la rebeldía de los ancestros cimarrones siempre presentes en la psicología de los pueblos del pacífico.

Soy descendiente de aquello

Que rompieron las cadenas,

Y sembraron libertad

Para siempre en nuestras venas.

De los que rompen las penas

Bajo el son de un currulao,

Con velorios y Alabaos

Chígualos, jugas y arrullos

Alimentan cada día

Un sentimiento de orgullo.

Los colombianos requieren hoy más que nunca de los juglares, sabios y guías convertidos con el tiempo en folkloristas, o institucionalizados, como agentes culturales. Los artesanos de la palabra son los guardianes de la identidad cultural de los pueblos en cuanta conservan y mantienen viva su memoria colectiva. Estos son quienes podrían recordar a los afrodescendientes del norte, del centro y del sur que no son afroamericanos, sino africanos en América, y que solo con el fortalecimiento de la identidad colectiva podrán enfrentar ahora, como lo hicieron sus antepasados, la cultura de muerte blanca occidental capitalista, machista y racista.