Jesús Natividad Pérez Palomino y Ana Laura Zavala Guillén

En tiempos de COVID-19, organismos internacionales, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Relatoría Especial sobre los Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales y la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, solicitaron la protección inmediata de las comunidades afrodescendientes en América Latina. La razón es simple: estas comunidades han sido históricamente racialmente discriminadas y estructuralmente empobrecidas.[1] Sin embargo, a pesar de este enfático pedido, a la fecha, no existen datos fehacientes que permitan entender la manera particular en que la pandemia afecta a los afrodescendientes en sus territorios. En el caso de Colombia, la inacción crónica del estado ha llevado a la comunidad cimarrona de San Basilio de Palenque a retomar prácticas territoriales ancestrales para contener este nuevo peligro.

Como lo hicieron sus antepasados para protegerse de las campañas militares de exterminio, durante el siglo XVII, la comunidad ha cerrado con palos los bordes del palenque — nombre con el que eran conocidas las comunidades de personas esclavizadas escapadas durante tiempos coloniales en Colombia — en un intento de lograr el aislamiento colectivo.[1] Desafortunadamente, el aislamiento territorial no fue, ni en tiempos coloniales ni lo es en esta nueva realidad suficiente para protegerse de ciertas amenazas, como la actual pandemia provocada por el COVID-19. Además, este cierre de fronteras ha confrontado a la comunidad con la realidad dramática de la pérdida sistemática de su territorio. San Basilio de Palenque ha padecido la pérdida

silenciosa y progresiva de su territorio ancestral desde la firma, en 1714, del tratado de paz con los invasores españoles, que le permitió obtener libertad 137 años antes que al resto de los esclavizados en Colombia.[1] Un territorio empequeñecido a manos del estado, grupos armados, empresas y terratenientes blancos, sumado al cambio climático con temporadas sin lluvias necesarias para conservar los cultivos tradicionales de arroz, maíz y yuca, han puesto a San Basilio de Palenque al borde de una emergencia alimentaria de magnitudes sin precedentes.[2] Con sus arroyos secos por la tala indiscriminada de árboles, esta emergencia se impone como un nuevo desafío de supervivencia para la comunidad, pero también constituye, una vez más, una oportunidad para aquellos que siempre han buscado apropiarse de sus reservas agrícolas.

La emergencia alimentaria no puede ser hoy atemperada por las mujeres palenqueras, quienes como vendedoras ambulantes en Cartagena de Indias y en otras ciudades y pueblos, son sostenes de hogar, pero ven su trabajo suspendido por las restricciones de movilidad y aislamiento que imperan en el Caribe colombiano, una de las zonas más afectadas por el COVID-19.[1] Tampoco esta emergencia puede ser paleada por los miembros de la comunidad, quienes en diáspora en otros países como Panamá, no pueden enviar dinero a sus hogares en San Basilio de Palenque. Ello, toda vez que, sus trabajos precarios como migrantes se vieron suspendidos. A este cuadro alimentario se une la emergencia hídrica y social del aislamiento, la cual que impacta de maneras múltiples en el territorio de San Basilio de Palenque.

En relación con la emergencia hídrica, las comunidades afrodescendientes en Colombia, por tradición, han construidos sus pueblos a las orillas de cuerpos de aguas.[1] En la actualidad, en San Basilio de Palenque, muchos de los cuerpos de aguas están amenazados y otros han desaparecido por completo, por las razones esgrimidas precedentemente, como la tala de los bosques, la reducción del territorio ancestral y el cambio climático. En tiempos donde la higiene y el lavado de manos son las medidas más efectivas para evitar la propagación del virus del COVID-19, las familias están obligadas a depositar el agua en tanques, debido a que el suministro de agua en las tuberías es por sólo un período de 5 a 6 horas diarias. Cada día se abastece sólo a dos sectores de cuatro que tiene el poblado. El agua tampoco es segura para el consumo humano. Algunas familias hierven el agua y otras, tradicionalmente, la dejan bajo el sol por 2 o 3 horas con el fin de hacerla consumible. La institución educativa local, Benkos Biohó, que alberga a más de 750 niños, niñas y jóvenes, tiene agua insegura en cantidades insuficientes poniendo en riesgo a la salud de los mismos.

El aislamiento social, que es supervisado rigurosamente por la guardia cimarrona o cuerpo de seguridad dirigido por los propios miembros de la comunidad desde tiempos coloniales, impacta también en prácticas que, desarrolladas colectivamente, hablan de un mundo de ritos y ceremonias del ser más íntimo de la comunidad.[1] Ejemplos de estos ritos y ceremonias son los baños grupales en el arroyo, donde la cultura y los saberes tradicionales son transmitidos de generación en generación, el ritual fúnebre del Lumbalú, y las reuniones en grupos de afinidad y apoyo, también conocidos como Kuagros.[2] Para San Basilio de Palenque, transitar y superar la crisis sanitaria de la pandemia ocasionada por el virus del COVID-19 implica continuar más que nunca con la lucha ancestral por el territorio, sus espacios de cultivos y cuerpos de aguas. Esta lucha fue iniciada por sus antepasados en tiempos coloniales y ahora toma lugar frente a un estado que ni siquiera garantiza agua segura, cuando la salud y la vida de una de las últimas comunidades cimarronas en Colombia está en juego, en medio de una pandemia que sólo hace más patente y profunda la injusticia racial en Colombia y en el resto de América Latina.