Por Edelmiro Franco. Corresponsal

Bogotá, 26 Oct (Notimex).- El boom…boom…boom… de los tambores de la comunidad negra colombiana, en el lejano y selvático municipio de Bojayá, dejó de sonar por varios años, ya que estuvieron en silencio como señal de luto porque la muerte se encarnizó sobre su gente.

Bojayá… una palabra… un nombre… una historia que recorre el mundo solo por la muerte. Por el genocidio del 2 de mayo de 2002.

Por la masacre anunciada. Por los enfrentamientos armados entre guerrilleros y paramilitares que buscan el control de esta región, que es una especie de garganta estratégica que comunica los Océanos Pacífico y Atlántico, que sirve de corredor de tráfico de armas, droga, contrabando, muerte y miseria.

El 2 de mayo del 2002 los combates entre guerrilleros y paramilitares en la zona del Medio Atrato, en el departamento del Chocó, se intensificaron y, entre las balas, unos 300 pobladores de Bojayá buscaron refugio en la Iglesia para salvar sus vidas, pero 119 hallaron la muerte, 108 quedaron heridos y otros desaparecidos… muchos… muchos de ellos niños.

Un cilindro bomba lanzado por guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) contra el templo de Dios, hizo volar los cuerpos de hombres, mujeres, ancianos y niños que alcanzaron a gritar ¡mamaaaá…!.

Sus cuerpos se desintegraron y cayeron al suelo mezclados y confundidos entre los trozos de madera del confesionario, de las sillas, de las láminas del techo, de los Santos, del altar, de la imagen de la Virgen que quedó estupefacta y perdida entre los escombros del templo que se convirtió en infierno.

Harak Oiof Ylele, un dirigente de la comunidad negra, habitante de Bojayá -que el día de la masacre estaba en Bogotá advirtiendo a las autoridades civiles y militares de lo que su gente sabía que iba a pasar- sintió rabia porque su misión en la capital era prender las alarmas para evitar la muerte en Bojayá, Vigía del Fuerte, o en cualquier otro poblado de la zona del Atrato Medio.

Pero no le creyeron, no se lo imaginaron o, simplemente, no quisieron hacer nada.

Ese 2 de mayo del 2002 y en los días posteriores, Oiof Ylele, sintió impotencia y rabia contra el Estado, la guerrilla, y los paramilitares. Contra esta guerra degradante y degradada.

“Yo soy de Bojayá, de la zona del Medio Atrato y este genocidio solo nos hizo sentir impotentes, simplemente impotencia… rabia… ira”, dijo Oiof Ylele, quien viste un atuendo típico de seda.

Sin ocultar el dolor por sus hermanos masacrados, afirmó a Notimex que “Bojayá, era un pueblo pacífico, nosotros lo llamábamos el paraíso del mundo y mire lo que hicieron de nuestro pueblo. No solo los actores armados, sino el Estado tiene responsabilidad en esta matanza”.

“(…) La gente de allá es pacífica. Nosotros nos enorgullecemos de que nadie rasguña a nadie. Es un pueblo profundamente pacífico que se moría de viejo. Paradójicamente, hoy nos vemos enfrentados a una situación de violencia como esta”, señaló.

Bojayá y el resto de las poblaciones del Choco están sitiados, cunde el miedo y el dolor. “Nosotros creemos que es una política de exterminio de nuestra población, por eso lo hemos denominado genocidio”.

Oiof Ylele a la semana siguiente de la masacre, encabezó una manifestación de los afrocolombianos por las principales calles de Bogotá, en la que expresaron con el silencio de sus tambores todo el dolor por sus muertos de ayer, de ahora y quizá por los de mañana, porque la guerra sigue campeando en estas tierras.

“Lo de Bojayá -indicó- estaba anunciado hacía más de dos meses. No sabíamos exactamente cuándo iba ocurrir, sabíamos que esto iba pasar porque las FARC estaban en la zona y las autodefensas estaban preparando una retoma del área”.

Recordó que las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), perdieron el control del Medio Atrato en enero de 2000 en combates por el poder territorial del departamento del Chocó, el único que tiene entrada y salida a los dos océanos: Pacífico y Atlántico, y es línea fronteriza con Panamá.

“Eso lo sabíamos. La presencia de las autodefensas era inminente. A medida que pasaba el tiempo se calentaba más la zona, la gente llamaba a Bogotá a poner en conocimiento la situación y no se hizo nada… No hicieron nada”.

En este conflicto -sostuvo- hay que hablar de exclusión de las comunidades afrocolombianas que históricamente son sometidas por el Estado y “ahora estamos sufriendo los peores rigores de la guerra”.

Para Oiof Ylele lo que sucedió en Bojayá es una macabra radiografía de la guerra en Colombia: salvajismo de los actores armados, exclusión social, abandono y desidia del Estado. “Esa es la síntesis de esto y desafortunadamente le toco a nuestro pueblo… a mi pueblo”.

“Soy escéptico. Estoy hablando porque le he dicho a mis compañeros que si nos están matando sin hablar, sin decir nada entonces que nos maten hablando. Que la gente sepa, qué es lo que nosotros estamos pensando. Nosotros no somos actores de esta guerra”.

Como constancia de la tragedia, los pobladores de Bojayá decidieron dejar el templo en ruinas, salpicadas de sangre las paredes amarillentas y moradas, como una memoria histórica del genocidio y las casas de madera se pintaron de blanco, como símbolo de la paz.

Bojayá no es ni la primera ni la última masacre de civiles que ocurre en Colombia… Todas han sido bárbaramente salvajes independientemente que sea uno, cinco, veinte, cincuenta o cien… negro, blanco, indígena, campesino, estudiante, sindicalista, político, funcionario público o religioso.

Ante la muerte en Bojayá, aparece la reflexión de Florence Thomas, coordinadora del grupo Mujer y Sociedad: “(…) no hay redención posible por la palabra, no hay adjetivos para el dolor. No hay discurso posible porque de la experiencia de la muerte solo podrían testimoniar los muertos y los muertos no hablan. No hay palabra para reparar la muerte de 46 niños y niñas. Hoy solo nos abruma la omnipresencia de la culpa y la deuda infinita para con el otro”.

Y es esta culpa y esta deuda la que hoy está sobre la mesa de negociaciones entre las guerrillas de las FARC y el gobierno en La Habana, que abrió un espacio para escuchar a las víctimas de esta guerra que solo ha dejado muertos, desaparecidos y millones de desplazados.

En este conflicto armado de más de cinco décadas hay víctimas individuales y colectivas, y Bojayá es una de las tantas masacres que han ejecutado los actores de la guerra en Colombia: insurgencia, paramilitares y Estado
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